Cuentos

Orgullo
2022.10.31
 cuento

Cuando me salió el bulto en el ojo fui inmediatamente a buscar pelea con el primero que pillara. Era un bulto no muy doloroso en el párpado izquierdo. Con este catarro, quizá solo eran mocos buscando una salida. Me abrigué bien, con pelliza y bufanda, y me puse a buscar bronca en cuanto salí del portal. Me ponía en medio de los transeúntes, les empujaba, «Qué, ¿algún problema?», pero nadie me ponía la mano encima. Si acaso, algún insulto a la carrera y desde lejos.

El mar bravío se mofaba, desde la altura de sus olas, de la mar, salada, emporcada, llena de mierda y pelillos.

A veces no sale. Con el ala aleve de no sé qué cosa. Eso es una aliteración. Vacua, vaca, Baco, bacanal, vacante, vacaciones hinchadas, pinchadas, gaseosas, siseantes y sibilinos sacuden el sudor los siervos de Satán. Esto también es una aliteración. La parte final, desde “siseantes”. Y es que a veces no sale.

Al pastor no siempre le llega la inspiración y eso es algo que le desespera. Busca rimas y solo le salen ripios. En esos momentos se queda mirando fijamente al sol hasta que le hace daño y se queda ciego. Entonces cierra los ojos y circunnavega las manchas de colores que se le muestran en busca de la palabra que rime con oropéndola. En esos momentos de trance a veces se le extravía alguna cabra y, después, tiene que salir a buscarla, cuando hace el recuento en el corral y ve que no están todas las que deben ser. “Mejor perder una cabra que un seguidor en Instagram”, se dice y se va a buscarla sin pena.

Alas
2020.3.26
 cuento

El eunuco se acercó a la fuente con desgana. Llevaba un cuenco de plata en la mano izquierda, el mismo cuenco que hundía en la fuente de hidromiel tres veces al día. Mientras llenaba el recipiente, observó el reflejo de su torso desnudo: el pecho ancho, el cuello musculado, la nariz larga y recta, los ojos grandes, el negro cabello recogido en trenza. Sacó el cuenco colmado y lo sujetó con las dos manos. Avanzó hacia una esquina del jardín con parsimonia, con cuidado de no derramar ninguna gota. Al llegar al lugar que habían determinado para él, agachó la cabeza y elevó las manos que sujetaban la vasija, ofreciéndola al cielo. Decenas de mariposas se acercaron a libar, colibríes multicolores, algún escarabajo alado… Cuando cesó el zumbido encima de su cabeza, el eunuco bajó el cuenco vacío y miró sus musculados brazos inútiles.

Los espectadores aplaudían a rabiar y el sonido de las palmadas reverberaba por todo el estadio mientras el corredor seguía dando vueltas a la pista moviendo los brazos. Las pantallas mostraban la llegada del maratoniano al estadio: la saliva seca en la comisura de los labios, el cuerpo enjuto bañado en sudor, los ojos fuera de las órbitas y el continuo movimiento de brazos y piernas buscando la meta. Los aplausos iban disminuyendo, incómodos, pero el corredor seguía y seguía dando vueltas y obligaba a los espectadores a continuar con las loas. “¡Qué esfuerzo! ¡Es un titán!”. El realizador de televisión dirigió la cámara al campeón y en las pantallas gigantes se pudo ver con claridad el miedo, el grito mudo en los labios resecos: “Paradme. Paradme. Paradme”.

De niño me pasaba la tarde de Reyes limpiando los zapatos. Frotaba y echaba betún hasta que me reflejaba en ellos y, solo entonces, los colocaba bajo el árbol. Inmaculados. Me lo ha recordado mi madre antes de colgarle el teléfono: “Llego tarde mamá, me esperan. Yo también os quiero”. Las luces de la calle iluminan los zapatos que mi mujer ha escogido para la cena. Camino descalzo a su alrededor. Los miro. Quieto. Plantado a dos metros de mis brillantes zapatos. Desenraizado.

Greguerías
2014.1.31
 cuento

El único miembro acogedor de la nobleza es la marquesina